Julio Verdejo Aqueveque. Profesor de Historia.

Hace exactamente cuatro años, Chile fue testigo de una de las mayores movilizaciones sociales de su historia, un estallido que dejó una profunda impresión en la nación y el mundo. 

El contexto que llevó al estallido social en Chile es fundamental para comprender sus causas. Durante décadas, la vida de los chilenos se basó en una red de contratos individuales para acceder a servicios básicos como salud, previsión y educación. Esta fórmula parecía funcionar en una época de crecimiento económico, cuando la inversión en educación se traducía en oportunidades laborales y las promesas de pensiones y atención médica se mantenían. Sin embargo, hace una década, este paradigma colapsó: la economía se estancó, los diplomas perdieron valor y los jubilados se encontraron con pensiones insuficientes. Este cambio socavó la movilidad social y desencadenó frustración, malestar y angustia.

El estallido social no fue una respuesta a un solo problema, sino una manifestación de un malestar acumulado. La sociedad chilena se levantó contra un sistema que percibían como generador de desigualdades y abusos, afirmando el principio de dignidad. Se rebelaron también contra las élites y las instituciones que consideraban responsables de su situación. La respuesta violenta del Gobierno exacerbó la radicalización de las protestas.

La crisis de legitimidad y la brecha entre la política institucional y la sociedad civil llevaron a la propuesta de un proceso constituyente. Aunque este proceso ha enfrentado desafíos, la búsqueda de un orden social y político  legítimo continúa.

El estallido social fue en gran medida un llamado a la apertura del diálogo, que fue truncado por la violencia y la incapacidad de las élites para reconocer la importancia de dar voz a todos. El contexto estaba marcado por temor, desconfianza y polarización. Los reclamos eran variados, desde la lucha contra la discriminación hasta la necesidad de abordar los aspectos más oscuros de la sociedad. La pregunta clave es por qué se produjo una revuelta tan masiva y qué la llevó a ser tan radical y duradera. No hay una respuesta única, pero lo que es claro es que la sociedad chilena experimentó un cambio profundo y rápido en sus opiniones políticas. Se pasó de demandas centradas en la desigualdad, la dignidad y el abuso a un enfoque en la seguridad. Este cambio refleja la rapidez con la que los electores pueden moverse entre extremos.

El estallido social ha dejado una profunda impresión en la sociedad chilena. Sin embargo, las interpretaciones académicas y políticas han variado ampliamente. Algunos han visto en él la epifanía de un pueblo virtuoso, mientras que otros lo han interpretado como un intento de golpe de Estado. La verdad es que el estallido social fue un evento complejo que desafía una explicación simplista.

En última instancia, comprender este estallido y sus consecuencias requerirá tiempo y una evaluación continua de cómo ha afectado a las vidas de aquellos que participaron en él. La sociedad chilena se encuentra en una fase de reflexión y procesamiento de estas experiencias. La verdadera historia de este evento aún está por escribirse, y su impacto continuará siendo objeto de análisis y debate en los años venideros.